La idolatría del placer

Publicado el 12/10/2010 ~ 3 comentarios
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Gustave Thibon es un autor que sorprende en cada línea. El escritor y filósofo francés conocido como el filósofo de la libertad, al que los horrores de la guerra en Europa marcaron profundamente, afronta con radicalidad los contornos del sentido común y los grandes interrogantes de la existencia. Las siguientes palabras se publicaron en Aceprensa 9-Abril-1975.

LA IDOLATRÍA DEL PLACER, UN CALLEJÓN SIN SALIDA
Un lector me reprocha  que insista demasiado en las nociones de deber, de esfuerzo, de disciplina, y que no preste suficiente atención al placer. Para mí, afirma, la existencia más deseable es la que comporta el máximo de placeres y el mínimo de penas. Le he respondido que yo era de la misma opinión, aunque había que aclarar el tema con algunas precisiones.
EL PLACER ES MEDIO, NO FIN
En primer lugar, ¿qué es el placer? Sin entrar en la distinción entre placer, alegría, dicha, etc., atengámonos a la excelente definición de un diccionario: “estado afectivo agradable, unido a la satisfacción de un deseo o de una tendencia, al ejercicio armonioso de una actividad”.
Hay, pues, tantos placeres como deseos, tendencias y actividades: placeres de los sentidos, placeres del alma, placeres del espíritu. Y una jerarquía en esta diversidad. ¿Quién negará que el placer de contemplar un bello paisaje o de ejercer una actividad creadora es cualitativamente superior al placer de comer? Pero, dados los límites del ser humano, esta jerarquía de valores implica necesariamente disyuntivas y exclusiones. Entre dos placeres que se ofrecen a la vez (por ejemplo, asistir a un espectáculo divertido, pero insustancial, o pasar la velada con un amigo muy querido), es preferible elegir el más profundo y enriquecedor.
Pero hay que ir más lejos. El placer es la resonancia subjetiva de la acción, pero no es su principio, ni su fin, y nunca debe ser la única guía de la conducta. El hombre ha nacido para realizar su naturaleza y no para disfrutar a toda costa y en cualquier circunstancia. El fin de la nutrición es la conservación de la vida y no el placer de comer (se come para vivir, no se vive para comer); el fin del amor sexual no es la voluptuosidad ligada a la unión carnal, sino, de una parte la procreación y, de otra, la fusión entre dos destinos, unidos “para las alegrías y para las penas”. El fin de la actividad intelectual no es el placer de conocer, sino el desarrollo del espíritu por la posesión de la verdad. El placer viene dado gratuitamente, por añadidura. Hay que acogerlo como un don y no exigirlo como una deuda.
EL HEDONISMO DESVIRTÚA EL PLACER
Lo que reprocho al hedonismo no es que prefiera el placer al sufrimiento, sino que lo aísle, que lo desvirtúe y que, al separarlo de su fin y de su contexto —el esfuerzo, la lucha, la entrega, el deber moral y social—, produzca resultados diametralmente opuestos al fin buscado. Lo que resumo en dos puntos.
1. La idolatría del placer conduce casi siempre a sus víctimas a sacrificar los placeres más nobles a los más mediocres, si no a los más bajos. El lenguaje corriente no se equivoca: cuando se habla de un hombre “entregado al placer”, a nadie se le ocurre pensar que este hombre se dedica a los goces del alma o del espíritu. ¿Por qué? Porque los placeres inferiores se ofrecen de inmediato y sin esfuerzo, mientras que los placeres superiores exigen una preparación, un aprendizaje, etapas de maduración y de espera, cosas que no proporcionan necesariamente placer. El niño al que se le lleva por primera vez a la escuela, raramente va de buena gana: será más tarde cuando descubrirá los goces de la cultura. Los placeres más elevados y más duraderos son placeres diferidos: el trabajo, la disciplina, la victoria sobre uno mismo, juegan ahí el mismo papel que las inversiones en economía: la adquisición y la puesta en marcha de los medios de producción preceden a la difusión de los bienes de consumo.
RUTINA INSÍPIDA
2. El esclavo del placer compromete también los placeres sensibles a los cuales sacrifica todos los otros. Pues quien desea con avidez goces continuos desconoce la ley de alternancias y contrastes que rige la intensidad y la cualidad de nuestras alegrías sensibles. El desagrado de tener hambre agudiza el placer de comer, el rigor del frío hacer apreciar un buen fuego, la fatiga del trabajo alimenta las delicias del descanso. Todo placer responde a la satisfacción de una necesidad, y si ésta no ha llegado a madurar, también su satisfacción se frustra. De ahí el efecto negativo de un confort total y permanente, en donde el bienestar es tan habitual que deja de ser percibido. Se pretende entonces huir del aburrimiento multiplicando y falsificando los placeres, pero el hastío reaparece, agravado e incurable, en el fondo del placer, que se ha convertido en rutina insípida y en vana tentativa de evasión. El lúgubre testimonio de tantas vidas vacías y blandas es más elocuente que las palabras.
Esta es la contradicción interna en la que desemboca la religión del placer. Al buscar éste sin tener en cuenta sus condiciones y sus causas, el placer se marchita antes de tiempo como una flor privada de sus raíces, de forma que el hombre, mutilado en su esencia y en su fin, acaba por frustrar su vida.

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  1. Me gusta el artículo, es muy interesante para entender las claves de la generación nini. Son jóvenes ahogados vitalmente porque se les ha dado todo menos la posibilidad de lograr algo por sí mismos. Jóvenes sin instinto de conservación ni de supervivencia, jóvenes débiles y agresivos, culpabilizados por los adultos que han sido verdugos de su desorientación vital.
    Educart con exigencia sin olvidar la comprensión y el reconocimento.
    Añadiría que hay un placer que merece ser la pena disfrutado: el de recoger los frutos de lo sembrado.

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