Paternidad destronada: ¿cómo completar el don del amor?
Publicado el 21/03/2014 ~ 2 comentariosMaría Calvo Charro, profesora titular en la Universidad Carlos III y autora de «Padres destronados» (Editorial Toromítico), tiene claro que la figura paterna es esencial para el correcto desarrollo del niño, aunque lamenta que la sociedad actual la ha desacreditado. Ha dedicado toda su trayectoria profesional a la docencia y la investigación, tanto en España como en Estados Unidos (Universidad de Harvard y Universidad de William and Mary). Es Presidenta en España de la European Association Single Sex Education (easse). Se la considera una de las mayores expertas en educación diferenciada tanto a nivel nacional como internacional.
En la contraportada de su libro «Padres destronados» explica: “El empeño puesto durante años en conseguir la emancipación de la mujer ha provocado un efecto colateral con el que nadie contaba: un oscurecimiento de lo masculino, cierta indiferencia —cuando no desprecio— hacia los varones y un inevitable destierro de estos a un segundo plano. Existe actualmente la idea, muy extendida, de que en la crianza y educación de los hijos el padre es prescindible, incluso un estorbo. Lo que el código masculino consideraba crucial para el crecimiento de los hijos es presentado como peligroso o no apto. El modelo educativo exalta exclusivamente la sensibilidad típica del código materno. En estas circunstancias, incomprendidos y desplazados, desconfían de su instinto masculino y renuncian al ejercicio efectivo de la paternidad, o la mujer prescinde de su concurso. Así, los hijos no pueden respetarlos ni querer ser como ellos, renunciando a su futura paternidad”.
La autora señala que la revolución de 1968 fue una revuelta contra lo que el padre representaba en la familia: autoridad, orden, disciplina y obediencia. Más tarde, añade, la ideología de género ha considerado que la diferenciación sexual es irrelevante y que dentro de la especie humana el papel de padre no tiene que estar reservado a individuos morfológicamente masculinos sino que en un plano de estricta igualdad cada cual puede elegir la función que desee. La infiltración de estas corrientes de pensamiento y de las presiones feministas, la inducen a redefinir el concepto de masculinidad para frenar la incomprensión e incluso el odio hacia los hombres. Urge reconocer que la mujer y el hombre, cada uno desde su perspectiva, manifiestan “valores y características propias cuya interrelación enriquece a ambos sexos” (Ver entrevista ABC: «Los padres no cuidan peor de los hijos, es que las madres quieren que lo hagan como ellas»).
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Y la realidad es que el padre es el que engendra, el padre es el dador de la vida, de una vida diferente, de “otra” vida, de una vida independiente.
Esta afirmación pertenece a quien ve la vida desde la sencillez de la naturaleza, sin conceptos ni prejuicios ideológicos. No es sólo una cuestión biológica, es un concepto humano: la paternidad; es el don de la paternidad. A veces son los gestos pequeños los que lo prueban y dan a conocer: como los zapatos de tacón rotos que son arreglados.
Pero ningún padre engendra hijos completamente autónomos. Los hijos cuando nacen son distintos de su padre, pero necesitan a su padre para saber quiénes son, cómo son, cuál es su historia, de dónde vienen… El padre es “la cultura”. El hijo recoge una herencia. Padre es el que transmite, el que transmite vida o costumbres o sabiduría o convicciones… Un maestro es un padre, padre es el que guía. Es padre quien entrega la verdad, una verdad que me hace libre, distinto. Por eso el padre es el garante de mi libertad. El padre es el norte. Ser hijo no es sólo obedecer, ser hijo no es sólo amar. Ser hijo, cuando el padre es amor, consiste quizá en hacerse amor, hacerse como el propio padre. Y eso es algo más que obedecer.
El amor no es un sentimiento. Cuando un joven confunde sus sentimientos con el amor, entonces está a punto de producirse una pequeña catástrofe. El amor es entrega, el amor es donación, el amor es sacrificio, el amor es fidelidad (de la madre y del padre). Entonces el amor es la ley de mi vida y la libertad se pone en manos de esa ley, se deja modelar por esa verdad. Yo dejo de ser el legislador de mi propia vida y me entrego, hasta donde puede el hombre entregarse según su edad, su cultura, su formación.
El amor es sobre todo una promesa. El amor no puede llevar fecha de caducidad. En la moderna civilización de la hipótesis, se oye decir a los “enamorados”: “vamos a ver si esto funciona”, o, “esta preciosa parejita ha dejado de funcionar”. Un amor así entendido caducará como el yogur, en cuestión de meses. No puede funcionar aquello cuya marcha dejo en manos de los avatares de la vida. El don se recibe y se da por la maternidad y la paternidad. A.S.
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Cfr. Una mujer corriente: ¡vale la pena! (Roma-Barcelona). En el segundo vídeo, sobre todo, en el desarrollo profesional de la madre y de la familia y la presencia constante de la figura del padre.
Maria Revilla dijo el 25.04.2014 a las 11:50 am
He leído una noticia que me parece bonita e ilustrativa de uno de los frutos del don del amor. Se trata de un matrimonio que mueren con 15 horas de diferencia!!! Estaban casados desde hacía 70 años.
http://www.lavanguardia.com/vida/20140422/54405202799/mueren-con-15-horas-de-diferencia-tras-70-anos-casados.html
Maria CD dijo el 25.04.2014 a las 12:01 pm
Gracias María por tu aportación. Aprender a querer y enseñar a querer es el RETO de toda nuestra vida. No hay tema más importante que este. Ha pequeño libro de Tomas Alvira, cuya última edición es de 1989 que se titula: Enseñar a querer. Es un tesorillo.