Condición de la mujer y Pekin 1995
Publicado el 28/03/2012 ~ 0 comentarios“Las asistentes a la Conferencia Internacional organizada por la ONU en 1995, después de largas jornadas de negociación y consenso, llegaron a la conclusión de no utilizar la palabra “GÉNERO” en el documento.
Sin embargo en el n. 17 se sostiene tanto el control de la fecundidad, sin especificar qué métodos son lícitos y cuáles no, incluyendo por tanto el aborto. Deja así desestimado o en peligro, uno de los derechos fundamentales universales del hombre que es el derecho a la propia vida.
También en el número 24, a pesar del “consenso” final, los autores de este documento introducen el concepto “igualdad de género” en vez de igualdad de sexos. Se abre así una puerta “no consensuada” sin saber cuáles son los intereses, ni quienes son las personas que están detrás, ni porqué se incluye”.
Mireia Tintoré, madre de cinco hijos, doctora en Humanidades y Ciencias Sociales y profesora universitaria, participó en dicha Conferencia Internacional. Nos explica, al cabo de los años, en pocos minutos este proceso tan claro de consenso. Como se puede comprobar en el documento y el posterior desarrollo, se hizo caso omiso a ese consenso. (La declaración de Beijing. IV Conferencia Mundial sobre las mujeres).
“Es necesario resaltar que en el n. 8 de en este documento se declara la igualdad de derechos y la dignidad humana intrínseca de la mujer y del varón, y los propósitos y principios recogidos en la Carta de ONU y la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS.
Asimismo recoge y especifica en el n. 12 el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencias, de religión y de creencias”.
Quizás es interesante, para comprender esta situación, releer una explicación del libro “Marion-Etica, Los expertos de la ONU imponen su ley”, de Marguerite A. Peeters (II. Revolución cultural mundial, posmodernidad y nueva ética mundial, p. 41-43).
Coyuntura internacional en 1989
“La caída del muro de Berlín en 1989 marcó la entrada de la humanidad en una nueva era. En fin del antagonismo este-oeste y la apertura de las fronteras políticas coincidieron con la aceleración muy rápida de la globalización económica. El poder financiero y económico de las multinacionales aumentaba de modo exponencial, mientras que el poder de los estados nación parecía disminuir. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) trataba de reforzar sus instituciones para incrementar su poder normativo mundial y posicionarse así en el cuerpo estratégico de la gobernanza mundial. Afirmando que había recibido un mandato ético y que gozaba de una autoridad moral universal, la ONU se presentó como la única institución capaz de dar un rostro humano, ético y duradero a la globalización. Se ofreció como contrapeso ético al poder económico del mercado y pretendió hacerse con el monopolio de la ética en los años decisivos que siguieron a la caída del muro de Berlín.
A partir de 1990, la ONU organizó una serie sin precedentes de grandes conferencias intergubernamentales que cubrían todos los aspectos de la vida en sociedad (véase el anexo C): educación (Jomtien, 1990); los niños y sus derechos (Nueva York, 1990); población (El Cairo, 1994); desarrollo social (Copenhague, 1995); mujer (Pekín, 1995); habitat (Estambul, 1996); y alimentación (Roma, 1996). El objetivo de este proceso de conferencias era construir una nueva visión del mundo, un nuevo orden mundial, un nuevo consenso mundial sobre las normas, los valores y las prioridades de la comunidad internacional en el siglo XXI.
A principios de los noventa, se proclamaba el fin de las ideologías. Según el razonamiento preponderante en ese momento, “el fin de las ideologías” había puesto al mundo en estado de consenso: la democracia, la libertad, los derechos humanos, el libre mercado, Occidente – la modernidad – parecían haber triunfado y se habían convertido en el horizonte infranqueable de la humanidad. Era, según la famosa fórmula de Francis Fukuyama, el fin de la historia.Scegli tra Slot, Roulette e Blackjack: su Betway. Como todo el mundo estaba de acuerdo con esta visión que parecía evidente, los problemas de la humanidad no eran ya, supuestamente, más que de orden práctico. La pobreza, la degradación medioambiental, el crecimiento demográfico, la desigualdad hombre-mujer, los abusos contra los derechos humanos se trataban como problemas que no requerían un debate político de fondo, y cuya resolución incumbía sobre todo a los técnicos. Resultaba obvio que había que transferir una parte del poder y de la autoridad de los gobiernos a los expertos.
Los expertos que llevaban las riendas de la gobernanza mundial a principios de los noventa tenían, en realidad, ambiciones normativas mundiales. Los problemas de la humanidad, decían, eran ahora mundiales, y requerían no sólo soluciones mundiales, sino también valores mundiales. Esta afirmación no se discutió, aunque escondía un programa ideológico y mundialista evidente.
Después de la revolución cultural que había deconstruido los valores tradicionales occidentales, se aceptó tácitamente que la nueva ética mundial debía construirse, por así decir, ex nihilo, es decir, como si la naturaleza y la ley de Dios no existieran, mediante un proceso de consenso (ya que la humanidad se hallaba entonces supuestamente en una situación de consenso) y no mediante una confrontación hostil de opiniones como la que había marcado la modernidad y la guerra fría.
En realidad, la lógica de este razonamiento era simplista y errónea. Se basaba en el mito de la neutralidad, un legado del laicismo que parecía triunfar en ese momento y que se manifestaba bajo varios aspectos que conviene analizar:
– El mito de la neutralidad de la ciencia y la fe ciega en la labor de los expertos: la experiencia de los años que siguieron a la caída del muro de Berlín pronto demostró que los “expertos” estaban al servicio de programas ideológicos ocultos. La debilidad moral de Occidente al entrar la humanidad de pleno en la globalización permitió a estos ideólogos tomar el poder e integrar las conquistas de la revolución cultural occidental en la codificación de la nueva ética mundial.
– La absolutización de la democracia y de la libertad: como vimos en el capítulo anterior, la revolución cultural occidental radicalizó la libertad y deconstruyó los valores tradicionales que habían dado a Occidente una responsabilidad particular en el mundo y a la democracia una legitimidad moral. Ahora bien, la democracia no es un fin o un bien en sí mismo y no todo lo occidental es necesariamente bueno y digno de ser aplicado universalmente.
– Por último, el mito del consenso: un consenso auténtico y duradero es imposible sin comprometerse y sin un contenido claro. El “consenso mundial”, que es totalmente ambivalente (y, por su ambivalencia, hace imposible el compromiso), no es duradero”.
Y un camino hacia la solución nos la ofrece, brevemente, Mireia, en este resumen histórico de la condición de la mujer: una camino hacia la COMPLEMENTACION.
Cfr. otras entradas en la web:
–Marion-Etica: Marguerite Peeters
–Del sexo al genero. La nueva revolución social
–Ideología postfeminista de género
–Creo en el genio femenino
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