Publicado el 21/02/2011 ~ 1 comentario
LA NUEVA REVOLUCIÓN SOCIAL
La autora es Médica especialista en Microbiología y Master en Terapia de Conducta. En él, la Dtra. Llanes expresa claramente que el feminismo radical no busca la igualdad o equidad entre los sexos, sino una confrontación lo más exacerbada posible. El método es atacar la familia de todas las formas posibles. La base intelectual de esta ideología es el marxismo más antiguo, pues aunque económica y políticamente ha sido vencido, no ocurre igual en la tardomodernidad que lo usa de un modo muy consciente.
La liberación de la mujer pasa por la destrucción de la familia. En esta línea, la feminista Sulamith Firestone, declara que eso se consigue cuando la mujer se apodera del control de la reproducción, el control sobre su propio cuerpo. Incluyendo, claro está, la anticoncepción y el aborto. El uso sexual será indiferente y polimorfo, heterosexual, homosexual, bisexual, travestido, lo importante es la igualdad total entre hombre y mujer y se debe superar la barrera reproductiva como sea. Son muchas mujeres, desde Simone de Bauvoir hasta las más recientes, las que aborrecen la maternidad.
El fin de esos feminismos no es una vida mejor de la mujer sino deconstruir la sociedad, usando el famosos verbo del posmoderno Derrida. Esto se consigue a través del lenguaje, de la educación, de la propaganda, de los cambios de leyes. El enemigo ya no es la discriminación (no defendida hoy por nadie) sino la misma distinción de sexos, pues si no hubiera hombres y mujeres no existiría la subordinación. Como lo biológico se puede cambiar muy poco, se tiende a cambiar lo cultural que rodea al sexo. Así se tratará de desmaternizar a las mujeres, pues la maternidad sería una alienación y una esclavitud femenina. El término “familia” se deconstruye, llamando con ese nombre a cualquier relación sexual o reproductiva.
La Dra. Llanes nos ha enviado un escrito con el mismo título de su libro.
DEL SEXO AL GÉNERO. LA NUEVA REVOLUCIÓN SOCIAL
En la primera década del nuevo milenio ha tenido lugar en nuestra sociedad una revolución cultural sin precedentes y de consecuencias devastadoras ya que propone un nuevo modelo antropológico en el que se elimina toda diferencia entre hombre y mujer. En el nuevo modelo la manifestación de la masculinidad/femineidad y su expresión en la conducta sexual quedan a merced del deseo del individuo en cada momento de su vida.
El secreto del rápido éxito de este cambio social hay que buscarlo en una hábil manipulación del lenguaje junto a las promesas de libertad y de igualdad para todos tomando como base la defensa de los derechos e integridad de la mujer mediante una programada y eficaz campaña de marketing a partir de la redefinición de la violencia doméstica que pasó a llamarse “violencia de género”.
En un primer momento casi nadie veía que detrás de esa redefinición de la violencia sobre la mujer había toda una ideología subyacente. Se presentaba dicha violencia como un hecho estructural. Es decir, se achacaba su causas a unas estructuras sociales inadecuadas en las que el hombre dominaba a la mujer a través de las relaciones heterosexuales en el contexto del matrimonio monógamo de la familia natural – que llamaban tradicional o patriarcal- y que transmitía unas ideas machistas o sexistas.
Se seguían así los presupuestos de una ideología que entiende la historia de la humanidad bajo el aspecto de una lucha de poder entre los sexos. Afirma que, mediante la heterosexualidad del matrimonio monógamo, el hombre domina a la mujer que es hecha esclava como medio económico de producción y de reproducción.
Hay palabras “talismán”, palabras cargadas de un poder de prestigio tal que nadie puede poner en entredicho. La palabra talismán de nuestra época es “libertad” y, por semejanza, independencia, autonomía, democracia, derechos, paz, tolerancia. Por el contrario, toda aquella palabra que, en apariencia se oponga a éstas, está totalmente desprestigiada.
El término violencia tiene el poder de hacer reaccionar negativamente sobre las palabras o ideas asociadas a ella. Con la expresión “violencia de género” se ha dado un sesgo negativo al “género”, a los roles sexuales construidos por una sociedad a la que se califica de machista o sexista. En consecuencia, la sociedad tiende a ponerse en contra de toda diferencia en función del género.
No cabe duda de que la campaña ha conseguido sus objetivos. Hoy todo el mundo utiliza el término “genero” y acepta las políticas de “igualdad de género”, aunque no sepa muy bien de qué está hablando. Pero las palabras van cambiando poco a poco nuestra mentalidad.
La realidad es que los términos sexo y género no son sinónimos a pesar de que aún haya muchas personas que no sepan diferenciarlos. En español no sería necesario hablar de género referido al ámbito antropológico, como ya advirtió la Real Academia de la Lengua en el 2004, ya que el término sexo engloba todas las dimensiones del ser humano, que siempre es sexuado. A grandes rasgos se puede hablar del sexo biológico (cromosómico, hormonal, gonadal, somático…), de sexo psicológico y de sexo social. Money, en 1955, introdujo el término género de la lingüística al ámbito de la psicología y de la antropología para diferenciar los caracteres innatos de la sexualidad – con los que se nace – para los que reservó el término sexo, de aquellos caracteres adquiridos – dados por la educación y la cultura – a los que llamó género.
Para Money, a las características biológicas, dadas al nacer, se le sumaria el género, lo dado por la cultura al nuevo individuo que producirían la masculinidad o feminidad. Según este autor, el resultado es la identidad sexual, que aparece ya en los primeros años de vida en función de cómo se eduque al bebé. Sostenía que se podía cambiar el sexo de la persona con la educación siempre que se hiciera antes de los 18 meses.
No hay ninguna investigación científica que certifique que el ser humano nace sexualmente neutro. La realidad es que nace sexualmente determinado como hombre o como mujer. Eso si, el bebé al nacer es un ser inmaduro que precisa de los demás, de cuidados y de tiempo, para llegar a tener conciencia de sí mismo, de su identidad personal y de su identidad sexual como hombre o como mujer.
Money ilustró su teoría con un experimento realizado en gemelos monocigóticos que habían sido circuncidados. Uno de los niños sufrió una importante quemadura en su pene y Money aconsejó a los padres su intervención quirúrgica para la castración y realización de una pequeña vagina. El niño fue educado como niña y el experimento de socialización femenina fue presentado como un éxito por parte de Money. Años después otro psiquiatra, el doctor Diamond, descubrió que el experimento había sido un fracaso porque el niño nunca había aceptado la socialización femenina y al llegar la pubertad tenía tendencias sexuales hacia las chicas a pesar de ser tratado con hormonas femeninas. Desarrolló ideas suicidas y, cuando su padre decidió contarle la verdad, el niño quiso cambiar su nombre y seguir su vida como lo que era, como hombre.
En la segunda mitad del siglo pasado se hicieron múltiples estudios de psicología de género, de psicología de la diferencia entre hombres y mujeres, pero el término como tal no era conocido por la mayoría de la gente.
En realidad, como ya he dicho y todos recordaran, el término “genero” ha comenzado a conocerse y a utilizarse en la sociedad española, primero en los medios y después por la población en general, en la presente década, a partir de redefinirse la violencia doméstica en violencia de género. Y todo ello impulsado desde los organismos internacionales, sobre todo la ONU, con el fin de introducir una ideología muy concreta, una nueva forma de vida basada en un nuevo concepto antropológico, un nuevo concepto del hombre.
A partir de entonces la palabra género es utilizada frecuentemente en lugar de sexo como si fuese una forma más refinada y culta. Con ello, aunque no se sepa y no se sea consciente de ello, se está haciendo recaer todo el peso de la sexualidad humana sobre lo construido socialmente, que es lo que desean los promotores de la nueva ideología que es llamada habitualmente “perspectiva de género”.
Otros muchos, sobre todo a partir del desarrollo de las políticas de igualdad, consideran que el término género es algo referente a los derechos de la mujer que trata de conseguir su equiparación con el hombre, aunque no tiene nada claro en lo que basa dicha igualdad.
La igualdad de género que hoy se persigue no trata de reivindicar el feminismo de equidad, la equiparación de derechos y oportunidades entre hombre y mujer, cosa conseguida ya en nuestra sociedad desde hace unas décadas. Es más, muchos de los dirigentes de la perspectiva de género piensan que ese feminismo de equidad es contraproducente para la mujer ya que le obliga a realizar una duplicidad de funciones y de jornadas laborales: la de madre de familia y la de mujer trabajadora. Como consecuencia, el verdadero enemigo de la mujer es la propia naturaleza sexuada: aquello que expresaba un conocido eslogan de los años 70 que achacaba los males de la mujer a “las tres emes malditas: menstruación, matrimonio y maternidad”.
Para la perspectiva de género, la única forma de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres consiste en depurar la educación de todos los roles basados en estereotipos de épocas anteriores de modo que se consiga eliminar la bipolaridad sexual y, en vez de sexos, se hable de orientaciones sexuales de manera que cada uno pueda elegir lo que desee sin tener en cuenta el propio sexo sexo, pudiendo variar esa orientación cuando lo desee. En vez de dos sexos habría cinco orientaciones sexuales u “orientaciones afectivas”: mujer heterosexual, mujer homosexual, hombre heterosexual, hombre homosexual y bisexuales. Es lo que se ha llamado sexualidad polimorfa, que permitiría un auge del placer, según los deseos del momento, y que terminaría con toda dominación y desigualdad entre hombres y mujeres.
La ideología de género considera que la heterosexualidad no es la tendencia natural o normal de las personas sino algo enseñado por la sociedad para perpetuar un poder jerarquizado de hombres que someten a las mujeres para su disfrute sexual y su provecho económico.
Nunca el relativismo filosófico pensó poder llegar tan lejos. En el año 2003, fecha en que comencé a escribir sobre este tema, la mayoría de las personas de nuestro entorno consideraban esa forma de entender la sexualidad como algo sin sentido, fruto del sectarismo homosexual y de cierto feminismo militante y radical que parecía no poder llegar a tener relevancia social alguna. Pero hoy, muy pocos años después, comprobamos que el nuevo modelo antropológico trata de imponerse desde todos los ámbitos políticos, legislativos, educacionales, de comunicación social y, por si fuera poco, hasta en los juegos desarrollados por nuestros pequeños en el recreo escolar.
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