Pasión por la verdad (Braveheart)

Publicado el 03/02/2013 ~ 0 comentarios
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La libertad es la facultad que sirve al ser inconcluso que es el hombre, para acercarse a la verdad, para hacerse verdad, para hacerse. Por eso la libertad es esencial, por eso quitar la libertad es más que un hurto, por eso privar de libertad debe ser siempre una medida provisional. El hombre está hecho para la libertad. O, mejor, el hombre está hecho para la verdad, pero la verdad es un espacio que debe estar habitado por la libertad. La verdad puede ser preciosa, pero si no hay libertad, es una verdad vacía, deshabitada. Sin libertad la verdad es sólo un molde vacío.
La libertad y la verdad se ínter explican. La verdad es como el esqueleto de la libertad. Un cuerpo sin esqueleto no es más que un amasijo de carne derrumbado en el suelo, no se sostiene. A veces la verdad es dura, es difícil, da miedo; también se utilizan los esqueletos para asustar a la gente. Pero sin la osamenta el hombre se desmorona, no es hombre. Sin libertad sólo hay esqueleto, sin verdad sólo hay amasijo.

El primer paso hacia la plenitud es la aceptación de “mi verdad”: lo que soy. El conocimiento, el reconocimiento de mi miseria y la serena valoración de mi grandeza. En el centro del conocimiento  propio está la realidad —diariamente palpada— de mi falta de dominio, de la herida de mi libertad. Mi libertad no es siempre respetuosa con la verdad y se engolfa perezosa en las cosas. Esto hay que conocerlo, pero también hay que reconocerlo. Por eso es tan importante la sinceridad.
Hay una novela titulada “El instinto de la felicidad” (André Maurios) donde un matrimonio vive feliz en la campiña francesa con su hija. La primera parte es un canto a la armoniosa vida de familia, todo es gozo, todo es tranquilidad. Pero esto no hace sino preparar la tragedia. En la segunda parte se desencadena la crisis. El marido no era esposo de su mujer, la señora no era esposa de su marido, y la hija no pertenecía ni a uno ni a otro. Lo tremendo viene al final, cuando por último, se descubre que cada uno de ellos sabía la verdad, pero ignoraba que los otros la conocieran.
La sinceridad es la conformidad entre el hombre interior y el exterior. Ser unánimes con nosotros mismos. La felicidad no puede comenzar más que cuando se recupera la verdad.
Conocer la propia miseria, pero no reconocerla, equivale a ocultarla. Conocerla, pero no reconocerla, es amarla. Un hombre debe aceptar sus detritos, pero no debe amarlos. La miseria hay que echarla fuera. Hay que ser capaces de confesar con pena la propia mezquindad. Hay que confrontar la propia realidad con la verdad y aceptar su juicio y su perdón. (A.S.)
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