Madre y padre contagian la pasión por la belleza, la verdad y el bien. Por eso educar la inteligencia es contagiar a los niños la pasión por la búsqueda de la verdad, aún más, es hacer que los niños sepan admirar la belleza, la verdad y el bien.
En ningún cerebro cabe la verdad del hombre y del mundo, por eso decimos que la verdad es misteriosa. Quizá sea paradójico, pero aunque intuimos las verdades, como UNA MADRE lee en los ojos de su hijo, no siempre podemos enunciarlas y demostrarlas y analizarlas.
El creyente habla de su padre y de SU MADRE, de su familia, de sus amores; el agnóstico habla de hipótesis, y no se concibe el amor por una hipótesis.
No hay que despreciar a los niños, los niños han ganado guerras, han salvado vidas, han alimentado a SUS MADRES viudas.
Aquello que más amamos es lo que producirá en nosotros los dolores más intensos. UNA MADRE ama con locura a su hijo; sus mayores sufrimientos se los proporcionará precisamente su hijo. El que quiera amar debe estar preparado para sufrir. Y el que sufre mucho, es que ama mucho.
La verdad es modeladora de la libertad, forma parte del juego que la pasta oponga resistencia a las sabias manos del escultor; entonces el artista debe apretar, debe herir el material hasta adecuarlo a la verdad del modelo. La libertad gime muchas veces en las manos de la verdad. Pero de qué sirve una libertad, una pasta, sin forma, sin genio. Muchos niños han llorado cuando SUS MADRES, de noche, les ponían el pijama para acostarles.
El alumno que no desea estudiar, obedece al maestro y aprende, quizá ama al maestro, o quizá lo teme. El niño, que no desea comer, obedece comiendo sin amor alguno a la comida, a quien ama es a SU MADRE. El enfermo que se deja pinchar no ama la inyección, ama su vida, su salud, y detesta la enfermedad. El amor y el temor forman una pareja maniquea, pero muy humana: cosas que no se hacen por amor, muchas veces se hacen por temor. Qué duda cabe de que quien obedece por temor corre el riesgo de crecer lleno decomplejos, es decir, corre el riesgo de no crecer.
Todos necesitamos sentirnos queridos, queridos por lo que somos, no sólo por lo que producimos. Las personas necesitan saber que son estimadas por ser, por existir. Esto lo saben muy bien LAS MADRES. El amor materno es más esencialista, es decir, LA MADRE quiere a los hijos como son, por ser. El amor PATERNO es, quizá, más de resultados; los padres enseguida quieren ver las notas de sus hijos, o cómo regatea en el fútbol… Indudablemente entre el amor por la persona en sí y el amor por lo que esa persona hace componen el cuadro completo. Hay que querer con pureza, sin esperar nada a cambio; pero hay que querer que el amigo trabaje bien, coma bien… Hay que amar con pureza, pero no me quiere quien me ve hambriento y tan solo me da un consejo. El que ama de verdad sabe dar lo que el otro necesita.
En el siglo XX el amor se ha hecho egoísta. Hay personas que confunden el amor con el placer y la amistad con la simple compañía. Quizá por eso hay tantas personas que se sienten solas. Son los que no saben querer, no saben ni quererse a sí mismos… Los amores posesivos son amores enfermos. LA MADRE que no deja que su hija sea distinta, que su hija sea ella misma, a ESA MADRE no hay que darle una hija, hay que darle un perrito faldero. Un hijo es una aportación al mundo, no un muñeco para peinarlo vestirlo y pasearlo. Las personas no son propiedad de nadie, son libres. Hay que aprender a amar.
La máxima libertad es la mujer que destina su vida a contemplar la verdad. A hacerla crecer y desarrollarse bajo su amparo. La mujer es el amparo del hombre. La feminidad es el amparo de la verdad, no se la puede engañar. Quien presta su protección al hombre es SU MADRE.
Hay que devolver al mundo su faceta femenina. Hay que quererlo más, hay que quererlo limpio, hay que devolverle su virginidad. Demasiada gente ha intentado transformar el mundo en los últimos siglos. Le han tomado medidas, le han arrancado su energía, le han llenado de máquinas. Han herido sus entrañas para sacarle su negra sangre, y el dorado fruto de su vientre. Le han quitado la espontaneidad al mundo y a la vida. Le han hecho contestar demasiadas preguntas. Y la tierra ha protestado: “tú buscas a otro”. Ahora se necesitan personas que sólo deseen contemplarlo, amarlo como es, sin perturbar su serenidad. El hombre debe entablar un coloquio nuevo con el mundo, debe preguntarle por Dios… Responderán los valles y responderán los ríos. Responderá la belleza. No la eficiencia, ni los laboratorios, ni las centrales nucleares. El que sabe contemplar, todo lo encuentra hermoso: todos los niños son preciosos para SU MADRE. A.S.