Amor y perfeccionismo
Publicado el 02/12/2010 ~ 0 comentariosLa perfección en el obrar humano se llama perfeccionismo: es el nombre de una enfermedad. Una enfermedad que deja el corazón seco.
El idealismo se hace sutil para confundir a las personas en la compresión de sí mismas y de lo que son capaces. Si la falta de conocimiento amenaza al hombre con hacer de él un ser soberbio que no encuentra de qué arrepentirse, la misma falta de conocimiento le puede postrar en la exclusiva visión de sus errores. De la vanidad al perfeccionismo. La loca carrera de los extremos. Idealismo suministrado en dosis letales. La verdadera coherencia pasa por conocer los limites, los contornos, la verdad, del hombre, de su naturaleza y de sus posibilidades. No puedo hacerlo todo bien, no puedo hacerlo todo mal. Hay que aprender a convivir con la personal incoherencia, sin exagerarla y a la vez, sin hacer con ella el pacto de la pereza. Pero… las flores más bellas tienen tierra en sus raíces.
El perfeccionismo excluye el amor. Ya no hay una libertad enamorada de la verdad que la busca, que lucha por hacerla realidad, por traerla al mundo, sino una obsesión que se queda en las cosas o en mí mismo. Se llega a creer que la ley es lo adorable. La ley es el muro que rodea el jardín de las flores y frutos humanos, pero ¿de qué sirve el muro que rodea el jardín si el suelo está seco? No se ama la verdad, se ama el orden o la pulcritud. El perfeccionista busca seguridad y no amor. El amor tiene algo de improvisado. El amor se hace de constancias y fidelidades, pero tiene algo de dulce sobresalto. Ese sobresalto no lo quiere el perfeccionista. (A.S.)
“Anancástico” es la palabra con la que se designa la persona que tiene la tendencia tan acentuadamente perfeccionista, que llega a ser una enfermedad. “Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas.
Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.
He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden. Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino. Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando” (J.L. Martín Descalzo).
“Anancástico” es la palabra con la que se designa la persona que
tiene la tendencia tan acentuadamente perfeccionista, que llega a ser
una enfermedad. “Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el
perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer
todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con
la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos
son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna
vez. He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego,
gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan
apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer
magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden. Pero son
también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente
exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente
cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras
-a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino. Por eso me
parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños
es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la
condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente
de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El
genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez
en cuando” (José Luis Martín Descalzo).
tiene la tendencia tan acentuadamente perfeccionista, que llega a ser
una enfermedad. “Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el
perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer
todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con
la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos
son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna
vez. He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego,
gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan
apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer
magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden. Pero son
también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente
exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente
cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras
-a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino. Por eso me
parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños
es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la
condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente
de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El
genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez
en cuando” (José Luis Martín Descalzo).